A las 7: 40 despegó de la
terminal dos del Aeropuerto Madrid-Barajas el avión de Luftansa con destino
Munich. En él viajaba Alejandro. Su destino era la ciudad de Breslau o también
conocida como Wroclaw.
Tan solo unos minutos antes del
despegue Alejandro había dejado la pequeña localidad de Chinchón, había
facturado la maleta (con algún problema que otro) y se había despedido de sus
padres. En el vuelo durmió un rato, hasta que un fuerte olor a especias y conservantes
le despertó. Fue entonces cuando vio a una azafata, de cara redonda y pelo
rubio con el carrito y sin dirigir palabra le plantó un desayuno consistente en
una especie de bacón- un tanto pálido- unos huevos revueltos, algo empanado - que
no supo averiguar de que estaba hecho - y un zumito. Al rato, pasó un azafato
con unas enormes gafas de pasta y le sirvió un refresco.
Sobre las 11 y media el vuelo se
disponía a aterrizar en el aeropuerto de Munich. Alejandro tenía menos de una
hora para hacer la escala y coger un avión de la misma compañía que le llevara
hasta la ciudad polaca de Wroclaw, donde iniciaría el programa Erasmus para el
que había estado esperando todo el año.
Cuando el autobús del aeropuerto
le recogió, junto con otras personas, llegó a una zona de aviones a hélice. De
apariencia eran modernos, pero recordaban un poco a los que utilizaba Indiana
Jones para recorrer el mundo de una lada al otro del mapa seguido por una
flecha.
El vuelo fue agradable, le
sirvieron una cerveza alemana, le dieron un bollo relleno de queso y pudo
disfrutar de las vistas por la ventanilla hasta que aterrizó en el pequeño
aeropuerto de Wroclaw. Allí esperó y
esperó hasta que todo el mundo obtuvo sus maletas y la incertidumbre se iba
convirtiendo en certeza. No les había dado tiempo a cambiarlas de avión. El
voluntario que había solicitado tampoco le esperaba en la zona de llegadas. Por
lo que, tras poner la reclamación correspondiente tuvo que coger un taxi.
Intentó preguntar (como recomendaban desde la web de la universidad que cuanto
costaba para que no le engañaran), pero el taxista no debió de entenderle. Le
dijo que montara, a la salida del aeropuerto paró, hizo una llamada telefónica
y le indicó que se pusiera. Al otro lado de la línea había una señorita que
hablaba en inglés y le decía que si tenía algún problema. El respondió que no,
que solo quería ir a la residencia de University of Wroclasky. La amable señora
– después de preguntarle que se tenía dinero – le indicó que tenía que pagar en
efectivo. Y le dijo que todo estaba bien.
Mientras esto ocurría, el taxista
recorría las calles de la ciudad, Alejandro podía ver una mezcla de edificios
antiguos - que en otros tiempos fueron elegantes - con otros del característico hormigón
comunista y su poca preocupación por cuidar la estética urbanística.
Finalmente pudo divisar los
edificios de Olowek y Kerdka. Pero sorprendentemente el taxista no se dirigió a
ellos, se introdujo en un complejo con césped cuidado y edificios de moderna
construcción que rezaba Wrowlasky Universitet. El taxista habló con unos
señores de rasgos polacos y le indicó que bajara del coche que ya había
llegado. Alejandro pensaba para sus adentros que el taxista se había
confundido, porque solo a unos metros podía ver los grises edificios de Olower
y Kredka, pero como él era el extranjero decidió hacer lo que Vicente (seguir a
la gente). Le condujeron a una recepción, le dijeron que no hablaban inglés y
él comenzó a enseñar papeles, hasta que le dijeron que tenía que coger un taxi
e ir al centro; al edificio principal de la Universidad. Fue entonces cuando se
le ocurrió la brillante idea de enseñar un pequeño papel, donde la noche
anterior, a eso de las doce y media – mientras hablaba con su amigo Fidel- había
anotado la dirección de la residencia. Fue entonces cuando cayeron todos del
burro y descubrieron que lo que buscaba estaba detrás de sus oficinas.
Cinco minutos más tarde,
Alejandro se encontraba enfrente de las dos torres, sin maleta, sin voluntario,
pero con un gran optimismo. En realidad no le había costado tanto llegar hasta
allí. En menos de media hora lo había logrado. Subió las escaleras y se dirigió
al edificio de menor altura. Allí le dijeron que donde tenía que ir era al de
al lado. En la recepción una polaca rechoncha, con cara amistosa estaba sentada
a la espera en la recepción. Le pidió la documentación y comenzó a buscarle en
unas listas. Tardó unos minutos porque pensaron que Ruiz no era un apellido, si
no un nombre. Por lo que se encontraba
anotado en la P de París.
Antes de que le diera las llaves,
intentó hacerla comprender que tenían que llegar a esa dirección unas maletas.
Pero creo que la señora no lo comprendió muy bien. Por lo que, a la espera de
encontrar a alguien que le pudiera ayudar, subió a ver lo que durante seis
meses sería su hogar.
Abrió la puerta y se introdujo en
un recibidor que daba paso a una cocina oscura, de gran apariencia comunista,
vio que el baño tenía una apariencia peor (a pesar de su limpieza). Siguió
observando todo con curiosidad hasta que llegó a la puerta de su dormitorio y
tras abrir, encontró una habitación más acogedora y cálida.
En ese momento su estómago
comenzó a rugir de hambre. En los armarios no había una triste sartén, un vaso,
ni nada donde cocinar algo. Por eso dejó la residencia, fue a un centro cercano
donde tras buscar entre Zara, Berska, Mango etc encontró una tienda donde
comprar sartenes vasos y comida.
Por la tarde tuvo que regresar a
comprar unas toallas y algo de ropa interior para poder ducharse. Al rato de
regresar de estas tareas la puerta sonó, se oyeron voces y apareció Steffen
acompañado de una guapa voluntaria polaca de ojos azules, pelo rubio y
desbordante simpatía. Tras las presentaciones, ella les explicó donde conseguir una tarjeta de
teléfono móvil y cuestiones de primera necesidad y pudo solucionar el problema
de recepción de las maletas.
Mas tarde conoció a Danniel con
el que compartería dormitorio y por la noche, mientras iban a buscar a unas
alemanas, al regreso vieron que había llegado el cuarto flatmate, Oleg, de
Ucrania.
La noche terminó con unas
cervezas, risas y presentaciones.
El domingo visitó el centro de la
ciudad, comieron algo en un restaurante y al regreso solucionaron los papeles
del alquiler.
Al día siguiente, el lunes, dio
comienzo un el curso de polaco. La recepción estaba llena de estudiantes de
todos los países. Aquello parecía una torre de Babel, con la única diferencia
es que gracias al inglés la gente se podían entender. Al rato llegaron una
voluntarias que les llevaron al edificio principal de la Universidad. La
bienvenida fue espectacular. En la sala del Oratorium montaron un cáterin con
canapés de todas clases, bollería variada, fruta, cafés, zumos, infusiones… Fue
después del ágape cuando los llamaron y formaron los grupos de los que a partir
de ese momento serán los compañeros del curso intensivo de polaco que
trascurrirá a lo largo de dos semanas.
Bueno, al final el pobre Alejandro, a pesar de los contratiempos con las maletas y con el idioma, pudo situarse y acabar bien la jornada... Ahora sólo me queda desearle suerte con su curso intensivo de polaco, por la cuenta que le trae, XD. También espero que se vaya acostumbrando a la ciudad y sus gentes y que disfrute mucho los próximos días antes de empezar el que será su quinto curso académico.
ResponderEliminarForte Fortuna!!