miércoles, 12 de septiembre de 2012

Llegada a Wroclaw de un Erasmus


A las 7: 40 despegó de la terminal dos del Aeropuerto Madrid-Barajas el avión de Luftansa con destino Munich. En él viajaba Alejandro. Su destino era la ciudad de Breslau o también conocida como Wroclaw.
Tan solo unos minutos antes del despegue Alejandro había dejado la pequeña localidad de Chinchón, había facturado la maleta (con algún problema que otro) y se había despedido de sus padres. En el vuelo durmió un rato, hasta que un fuerte olor a especias y conservantes le despertó. Fue entonces cuando vio a una azafata, de cara redonda y pelo rubio con el carrito y sin dirigir palabra le plantó un desayuno consistente en una especie de bacón- un tanto pálido- unos huevos revueltos, algo empanado - que no supo averiguar de que estaba hecho - y un zumito. Al rato, pasó un azafato con unas enormes gafas de pasta y le sirvió un refresco.
Sobre las 11 y media el vuelo se disponía a aterrizar en el aeropuerto de Munich. Alejandro tenía menos de una hora para hacer la escala y coger un avión de la misma compañía que le llevara hasta la ciudad polaca de Wroclaw, donde iniciaría el programa Erasmus para el que había estado esperando todo el año.
Cuando el autobús del aeropuerto le recogió, junto con otras personas, llegó a una zona de aviones a hélice. De apariencia eran modernos, pero recordaban un poco a los que utilizaba Indiana Jones para recorrer el mundo de una lada al otro del mapa seguido por una flecha.
El vuelo fue agradable, le sirvieron una cerveza alemana, le dieron un bollo relleno de queso y pudo disfrutar de las vistas por la ventanilla hasta que aterrizó en el pequeño aeropuerto de Wroclaw.  Allí esperó y esperó hasta que todo el mundo obtuvo sus maletas y la incertidumbre se iba convirtiendo en certeza. No les había dado tiempo a cambiarlas de avión. El voluntario que había solicitado tampoco le esperaba en la zona de llegadas. Por lo que, tras poner la reclamación correspondiente tuvo que coger un taxi. Intentó preguntar (como recomendaban desde la web de la universidad que cuanto costaba para que no le engañaran), pero el taxista no debió de entenderle. Le dijo que montara, a la salida del aeropuerto paró, hizo una llamada telefónica y le indicó que se pusiera. Al otro lado de la línea había una señorita que hablaba en inglés y le decía que si tenía algún problema. El respondió que no, que solo quería ir a la residencia de University of Wroclasky. La amable señora – después de preguntarle que se tenía dinero – le indicó que tenía que pagar en efectivo. Y le dijo que todo estaba bien.
Mientras esto ocurría, el taxista recorría las calles de la ciudad, Alejandro podía ver una mezcla de edificios antiguos - que en otros tiempos fueron elegantes -  con otros del característico hormigón comunista y su poca preocupación por cuidar la estética urbanística.
Finalmente pudo divisar los edificios de Olowek y Kerdka. Pero sorprendentemente el taxista no se dirigió a ellos, se introdujo en un complejo con césped cuidado y edificios de moderna construcción que rezaba Wrowlasky Universitet. El taxista habló con unos señores de rasgos polacos y le indicó que bajara del coche que ya había llegado. Alejandro pensaba para sus adentros que el taxista se había confundido, porque solo a unos metros podía ver los grises edificios de Olower y Kredka, pero como él era el extranjero decidió hacer lo que Vicente (seguir a la gente). Le condujeron a una recepción, le dijeron que no hablaban inglés y él comenzó a enseñar papeles, hasta que le dijeron que tenía que coger un taxi e ir al centro; al edificio principal de la Universidad. Fue entonces cuando se le ocurrió la brillante idea de enseñar un pequeño papel, donde la noche anterior, a eso de las doce y media – mientras hablaba con su amigo Fidel- había anotado la dirección de la residencia. Fue entonces cuando cayeron todos del burro y descubrieron que lo que buscaba estaba detrás de sus oficinas.
Cinco minutos más tarde, Alejandro se encontraba enfrente de las dos torres, sin maleta, sin voluntario, pero con un gran optimismo. En realidad no le había costado tanto llegar hasta allí. En menos de media hora lo había logrado. Subió las escaleras y se dirigió al edificio de menor altura. Allí le dijeron que donde tenía que ir era al de al lado. En la recepción una polaca rechoncha, con cara amistosa estaba sentada a la espera en la recepción. Le pidió la documentación y comenzó a buscarle en unas listas. Tardó unos minutos porque pensaron que Ruiz no era un apellido, si no  un nombre. Por lo que se encontraba anotado en la P de París.
Antes de que le diera las llaves, intentó hacerla comprender que tenían que llegar a esa dirección unas maletas. Pero creo que la señora no lo comprendió muy bien. Por lo que, a la espera de encontrar a alguien que le pudiera ayudar, subió a ver lo que durante seis meses sería su hogar.

Abrió la puerta y se introdujo en un recibidor que daba paso a una cocina oscura, de gran apariencia comunista, vio que el baño tenía una apariencia peor (a pesar de su limpieza). Siguió observando todo con curiosidad hasta que llegó a la puerta de su dormitorio y tras abrir, encontró una habitación más acogedora y cálida.
En ese momento su estómago comenzó a rugir de hambre. En los armarios no había una triste sartén, un vaso, ni nada donde cocinar algo. Por eso dejó la residencia, fue a un centro cercano donde tras buscar entre Zara, Berska, Mango etc encontró una tienda donde comprar sartenes vasos y comida.
Por la tarde tuvo que regresar a comprar unas toallas y algo de ropa interior para poder ducharse. Al rato de regresar de estas tareas la puerta sonó, se oyeron voces y apareció Steffen acompañado de una guapa voluntaria polaca de ojos azules, pelo rubio y desbordante simpatía. Tras las presentaciones, ella les  explicó donde conseguir una tarjeta de teléfono móvil y cuestiones de primera necesidad y pudo solucionar el problema de recepción de las maletas.
Mas tarde conoció a Danniel con el que compartería dormitorio y por la noche, mientras iban a buscar a unas alemanas, al regreso vieron que había llegado el cuarto flatmate, Oleg, de Ucrania.
La noche terminó con unas cervezas, risas y presentaciones.
El domingo visitó el centro de la ciudad, comieron algo en un restaurante y al regreso solucionaron los papeles del alquiler.
Al día siguiente, el lunes, dio comienzo un el curso de polaco. La recepción estaba llena de estudiantes de todos los países. Aquello parecía una torre de Babel, con la única diferencia es que gracias al inglés la gente se podían entender. Al rato llegaron una voluntarias que les llevaron al edificio principal de la Universidad. La bienvenida fue espectacular. En la sala del Oratorium montaron un cáterin con canapés de todas clases, bollería variada, fruta, cafés, zumos, infusiones… Fue después del ágape cuando los llamaron y formaron los grupos de los que a partir de ese momento serán los compañeros del curso intensivo de polaco que trascurrirá a lo largo de dos semanas.

1 comentario:

  1. Bueno, al final el pobre Alejandro, a pesar de los contratiempos con las maletas y con el idioma, pudo situarse y acabar bien la jornada... Ahora sólo me queda desearle suerte con su curso intensivo de polaco, por la cuenta que le trae, XD. También espero que se vaya acostumbrando a la ciudad y sus gentes y que disfrute mucho los próximos días antes de empezar el que será su quinto curso académico.

    Forte Fortuna!!

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